RECORRIDO DE SENDERISMO EDUCATIVO, CIENTÍFICO Y CULTURAL
El cerro San Cristóbal vive en permanente cambio, mucho antes incluso que nuestros bisabuelos se decidieran a transformarlo en el gran pulmón verde de Santiago, en su principal corredor ecológico y lugar de visitación de los ciudadanos en su tiempo libre.
Varias de sus generaciones han logrado cambiar su paisaje, a través del riego y la forestación, la construcción de caminos, jardines, piscinas y diversas infraestructuras para acoger a los visitantes, que hoy llegan por millones.
La Ruta del Hongo se organiza por tramos que van uniendo como en un laberinto varios de los hitos de esta transformación. Y este Libro de Historia & Paisaje explora en las raíces caídas en el olvido de cada lugar, rescatando los espíritus de época y rememorando a los personajes que las hicieron posible, en un juego de espejos entre pasados y presentes.
Espero que leyendo estas páginas ilustradas y los capítulos en los lugares que corresponda, logres conectarte con estos viejos aconteceres durante la caminata, te impresiones con la gesta de nuestros antepasados y veas con otros ojos, desde lo alto del cerro, la ciudad y las cordilleras que te rodean.
Así podrás alternar tu mirada hacia lo amplio con la contemplación del microcosmos al que te invitan los libros hermanos de esta guía, dedicados a los hongos y los líquenes.
La estudiosa de la Historia y del Paisaje
Más de cien años han pasado desde que se aprobó la Ley de Transformación del cerro San Cristóbal en 1917.
Entonces, la población de Santiago se acercaba a las 500 mil personas. Un siglo después, en 2017, este número se multiplicaría por trece.
Esta ley permitió al Estado expropiar los terrenos que hoy conforman el Parque Metropolitano, hasta entonces repartidos entre decenas de propietarios privados.
Se financió la construcción de los caminos a la cumbre, las obras de riego y el canal que tomó las aguas del río Mapocho.
A partir de esto, se inició un programa de forestación que hasta el día de hoy continúa, “en nombre de la salud y la belleza” para los santiaguinos.
Y se habilitaron distintos espacios y rincones para acoger a los paseantes y brindarles una experiencia significativa de contacto con la naturaleza.
RECUERDOS DEL PASADO ANTERIOR A LA TRANSFORMACIÓN
“Más que el Santa Lucía, magnífico peñón que constituye un justo orgullo para nuestra ciudad tan pobre en paseos, se impone por su tamaño el cerro San Cristóbal.
Desde cualquier punto que se le busque con la mirada, puede vérsele como un centinela gigante que meditase sobre el destino de ese medio millón de almas que pulula a sus pies con la agitación de gusanillos.
Cualquiera que sean los trastornos que se operen a su alrededor, el San Cristóbal permanece inmutable sin perder por un instante su actitud de hombre grave y sesudo.
¿Qué de cosas podría contarnos ese taciturno testigo de la historia de Santiago si una conmoción milagrosa despertara sus entrañas de piedra y pudiera expresar en nuestro idioma sus íntimos pensamientos?”
PACÍFICO MAGAZINE, Noviembre 1914
Primer espacio en Chile destinado a la educación ambiental al aire libre.
Diseñado por arquitectas paisajistas del parque de los años 80, que recibieron el aporte en plantas e ideas de la gran botánica Adriana Hoffman.
Se trata de un arboretum dedicado a representar formaciones vegetales de las distintas zonas del país, aprovechando las variadas exposiciones de sus laderas al sol y a la sombra.
Senderos y estaciones diseñadas para educar al aire libre, que han servido de aula viva para cientos de estudiantes que lo han visitado por más de 40 años.
Construido en tiempos de dictadura y fuerte depresión económica, por miles de trabajadores cesantes contratados por un programa de empleo de emergencia a cambio de una paga mínima.
En la actualidad, este hermoso jardín sigue vivo, escondiendo múltiples tesoros por descubrir.
María Teresa del Villar nos cuenta en una revista En Viaje de los años 60, que el arquitecto Carlos Martner había diseñado un gran anfiteatro para este lugar, aprovechando este pliegue en la falda del cerro.
Emulaba al teatro Epidauro de la Grecia Antigua, con capacidad para albergar a 14 mil personas, donde recién María Callas había deslumbrado al mundo de la ópera con su representación de Norma, famosa tragedia compuesta por Vincenzo Bellini.
“¿Qué le parece este teatro del San Cristóbal?” – se preguntaba. “¿No cree que estaremos ahí mucho más cómodos para oír, por ejemplo, el Mesías de Haendel, que sentados en el pasto del Parque Forestal?”
“Una obra así es un claro exponente del grado de cultura alcanzado por un pueblo y puede tenerlo Santiago. Casi está ya a nuestro alcance, pero no falta más que un detalle, que es un detalle duro, metálico… formado por trescientos mil escudos”, concluía amargamente.
Un espacio de arte en la naturaleza disfrutado por cuatro generaciones de niños y niñas de Santiago.
Diseñado por Federico Assler, el gran escultor del espacio público chileno. Entonces director del Museo de Arte Contemporáneo, 40 años después recibió el Premio Nacional de Artes Plásticas.
Retomemos al imaginario infantil de subir a columpiarnos en una colina con fuertes y atalayas de piedra. Todos dispuestos en distintos rincones para ser deslumbrados corriendo por el mosaico de sorpresas de más abajo.
Una pérgola dodecagonal y unas viejas maquinarias de caminos reconvertidos donde jugar.
Una fuente de agua con animales esculpidos en piedra y un gracioso puente para continuar el paseo.
La obra de Assler estaba inspirada en la figura humana. Utilizaba la columna de madera de apariencia totémica como señal de su presencia, naciendo del suelo, sin pedestal.
Pasaron los años y gran parte del material original de su arte fue sustituido por juegos más modernos, pero subsisten algunos maderos originales, todavía en pie como testigos de una historia de casi 60 años de juegos.
Una obra de homenaje y reconocimiento de la ciudad de Santiago al significativo aporte que hiciera Alberto Mackenna para la transformación del San Cristóbal. Construida en 1925.
La idea de transformar el cerro en parque se venía gestando desde fines del siglo XIX, dado el fuerte crecimiento que experimentaba Santiago y la sentida necesidad de espacios de salud y belleza para las personas.
Gran estratega de las comunicaciones, Mackenna tuvo la idea de imprimir 20 mil tarjetas postales con la perspectiva del proyecto y organizó su reparto por toda la ciudad.
A esto, se sumaron los diarios y revistas, creando un movimiento ciudadano a su favor.
“Es digno de lamentar el que nuestras autoridades no hayan adquirido ya el derecho para convertir el San Cristóbal en un bosque frondoso, cruzado de caminillos y escondites apropiados par descansar, en donde nuestro pueblo pueda encontrar un paisaje vario y atrayente. Sería ésta una obra mucho más eficaz para arrancar al obrero de la taberna, que todas las propuestas hasta hoy.”
PACÍFICO MAGAZINE Nov. 1914
En su calidad de Presidente de la Asociación de Boy Scouts y Guías de Chile, organizó con ellos una serie de eventos de conciencia ciudadana en torno a la idea de conquistar el cerro con fines recreacionales.
En julio de 1916. las brigadas de scouts se juntaron en Plaza Italia y marcharon al cerro para tomar posesión de él, realizando un simulacro de conquista, plantando los primeros árboles. Allí los esperaba, un emocionado Alberto Mackenna, quien les dirigió un recordado discurso:
"Boy Scouts de Santiago, vosotros sois las primeras avanzadas que envía la ciudad a estas alturas para conquistarlas en nombre de la salud y la belleza. Vuestro estandarte, clavado en el faldeo del cerro abrupto, es un signo visible del propósito que os trae a este sitio, del cual vais a ejecutar un acto de dominio al plantar los primeros árboles.
Vuestra iniciativa no será estéril. La semilla que desparramaís en esta tierra no tardará en dar sus frutos. Tras de vuestros pasos vendrán otros a darle forma práctica a vuestras aspiraciones. Lo que los niños han soñado los hombres han de realizar. Los débiles árboles que hoy plantáis en este pintoresco sitio no morirán: ellos formarán el bosque robusto que os brindará más tarde su fresca sombra y solaz.
Cada uno de estos pequeños árboles será para vosotros un lazo de afecto y un motivo de interés, que os vincularán al desarrollo futuro de este paseo. Ellos crecerán a la par con vosotros, y llegará un día en que, protegidos por su sombra saludable, podréis deleitar el espíritu, contemplando el maravilloso espectáculo que se domina desde estas alturas.
Cuando lleguéis a hombres y volváis a este sitio por un ancho y hermoso camino, recordarán con júbilo el día en que trepasteis por escarpada ladera, cayendo y levantando para plantar vuestro estandarte en el corazón del cerro virgen. Algo de vosotros queda desde hoy en este cerro que pretendéis conquistar para el porvenir de Santiago. Vuestro horizonte será mas amplio y más altas vuestras aspiraciones uniendo el espíritu a este idea de progreso y salud.
En época memorable el gran Vicuña Mackenna dijo a los chilenos: "No soltéis el morro!". Hoy es oportuno recordar su patriótico grito y decir a grandes voces: No soltéis el San Cristóbal. Esta es la llave de oro que encierra tesoros de salud para los habitantes de Santiago".
Este monumento, solitario entonces en este espacio antes silvestre, devino posteriormente en bar lácteo y en observatorio meteorológico. Cayó luego en desuso y fue progresivamente dañado por los últimos terremotos.
En la década pasada fue restaurado, cambiando completamente de fisonomía, aunque mantuvo la placa de reconocimiento a Alberto Mackenna.
La transformación de una vieja cantera abandonada, convertida luego en un basural, en una obra plena de atributos arquitectónicos, paisajísticos y artísticos.
Su autor, el gran arquitecto Carlos Martner, quien la proyectó y trabajó codo a codo con los canteros y picapedreros que trabajaban en el parque, a mediados de los años 60.
A Martner, la piedra lo perseguía desde la infancia.
Mientras veía “Hamlet”, la versión cinematográfica protagonizada por Lawrence Olivier, en la que el actor, rodeado de torreones oscuros, fija su mirada en una poza de agua formada por la lluvia en un bajo murete, sobre la que colocó la mano. En ese momento quedó unido a ese material.
“Naturalizar la arquitectura y arquitecturizar la naturaleza”.
Su pretensión transformadora convertida en una realidad 60 años atrás.
Hacía notar Abarca Calvo en el verano de 1964 que:
“se ha tratado de respetar y revalorizar la geografía accidental en torno a la piscina sin oponer la forma y el volumen…
… dejando que éstos se desarrollen naturalmente en ella, con las perspectivas hacia el bello e imponente valle de Conchalí, abierto como una promesa de hartazgos”.
Mural ejecutado por María Martner, proyectado por su hermano Carlos, diseñado por el mexicano Juan O'Gorman y financiado por el gobierno de México.
Con piedras recogidas a lo largo de Chile y trabajadas respetando su textura y colores naturales.
Mide 6,75 m de alto y 27 m de ancho. Utiliza como soporte lascas de piedra. Su técnica de mosaico releva paisajes fuertemente ligados a una cultura de tierras de accidentada geografía.
Alegoría de la hermandad entre Chile y México, que representa a Caupolicán y Cuauhtémoc acompañados de símbolos como el guanaco, el cóndor y una vid chilenas; y un jaguar, un águila y el maíz, mexicanos.
“María Martner es de las pocas mujeres que pudieron contribuir al muralismo chileno. Se opuso a la tradición académica y se propuso el rescate de valores relativos al orden matriarcal”.
DECRETO 536 DECLARA MONUMENTOS NACIONALES EN LA CATEGORÍA DE MONUMENTOS HISTÓRICOS A LOS MURALES DE AUTORÍA Y EJECUCIÓN DE MARÍA MARTNER,
La obra se enmarca en un contexto recreativo, conmemorativo, político y de importantes proyectos urbanos, alejándose de los motivos religiosos de otras escultoras de la época.
MINISTERIO DE EDUCACIÓN Promulgación: 07-DIC-2015
El encargo de esta obra al arquitecto Carlos Martner se basó en la disponibilidad de recursos en el lugar: piedras de sus canteras, canteros y muchas ideas del administrador del parque, Jorge de la Cruz.
Lo demás fue financiado por el gobierno de México, gracias a las gestiones realizadas por su embajador.
Se la llamaría inicialmente “Casa del Arte del doctor Atl”, pero fue bautizada como “Casa de la Cultura Anahuac”, en homenaje al valle central de México, donde floreció la cultura de montaña de Mesoamérica desde la primitiva ciudad de Cuicuilco, de piedras sin labrar, hasta las espectaculares pirámides del período clásico.
Obra vanguardista de la arquitectura chilena por el uso de grandes ventanales, destaca por la fuerza de sus líneas, el empleo de la piedra y la madera gruesa en su construcción, por los jardines que la rodean y por la placentera vista que propone.
Las obras de remozamiento de los exteriores de la casa fueron diseñadas también por Martner, cincuenta años más tarde, junto al arquitecto Humberto Eliash.
Apuntes de block de Carlos Martner
“Me interesa el arte latinoamericano. El choque de dos culturas: la cultura occidental y la cultura americana precolombina. El mestizaje cultural.
Chile es parte de Latinoamérica. Chile debe perfilar su cultura como tal. Inútil tratar de perfilarse como europeo u otra cosa.
Debemos hacer un esfuerzo grande en buscar nuestras raíces culturales.
¿Qué es lo propio?, ¿cuál es nuestro aporte cultural al resto del mundo?. ¿Existe?.”
Juan Sin Sal, un humorista de comienzos del siglo veinte, hacía reír a los santiaguinos de manera sarcástica, comparando al San Cristóbal con una “gran muela llena de caries”.
Desde muy antiguo, el cerro fue intervenido por los habitantes del valle. Sus suelos se fueron degradando poco a poco hasta perder su cubierta boscosa anterior, quedando muchas zonas al desnudo.
Desde finales del siglo XIX y primeros años del siglo pasado, sus rocas fueron intensamente explotadas como canteras.
De canteras como ésta salieron las defensas fluviales que encauzan el río Mapocho y los adoquines que todavía persisten en muchas calzadas de la ciudad de Santiago.
Y, mucho antes, la roca usada para esculpir el escudo de armas español, terminado poco antes de la independencia de Chile, que Vicuña Mackenna trasladó al transformado cerro Santa Lucía luego de haber caído en el abandono.
Vemos entonces que la ley de 1917 permitió expropiar a decenas de propietarios del cerro, muchos de los cuales eran santiaguinos que se enriquecían cobrando jugosas indemnizaciones por la explotación de sus canteras.
Construido en 1921, este restorán y terraza de baile coronaba el Parque Lautaro diseñado por el gran arquitecto Luciano Kulczewski.
Cuenta el escritor Alfonso Calderón:
“En los locos años 20, los jóvenes escapaban de la mirada moral del prójimo, y de sus comentarios, yendo al cerro”.
Nos recrea el escenario citando a Mont Calm:
“Desde que nos ha salido el San Cristóbal ya no hay mujer que suba a un auto que no quiera trepar a la cumbre a bailar un shimmy o a tomar una bebida helada con pajita. Allá arriba se danza, flirtea y se ven rodar las estrellas, mientras el serrucho de la jazz band se alimenta y lanza ritmos quejumbrosos, A estas muchachas les da por entusiasmarse, sacudiendo mimosas el larguísimo collar, no perdiéndose paso de la vida y milagros de Rodolfo Valentino, con su escena de besos en torniquete. Mientras se zarandean con su pareja, son convictas, aunque no confesas, de deslices imperdonables”.
Imperdonables deslices “para la chismografía incurable del pueblo, esa especie de viruela santiaguina para la cual no se ha inventado todavía la vacuna”, concluye Calderón citando a Benjamín Vicuña Mackenna.
Utilizada primero como pabellón de descanso del presidente Arturo Alessandri en sus horas de siesta, luego como taller fotográfico y hoy convertida en ruinas.
Apenas quince minutos tomaba el viaje diario del presidente entre la Moneda y este lugar, en una ciudad sin semáforos y poquísimos automóviles.
Destaca la poderosa rejería en forma de tela de araña y las formas orgánicas que la rodean, que se adhieren a la columna con absoluta naturalidad.
Son las primeras manifestaciones en Chile del Art Nouveau, que Kulczewski llevó a su máxima expresión en 1920 con el actual edificio del Colegio de Arquitectos, ubicado en la Alameda.
Iniciemos un recorrido por los referentes de montaña que debiéramos divisar desde esta panorámica. Veremos a continuación qué altura y a qué distancia están 9 de las principales cumbres andinas. ¿Qué tan contaminado está el aire respecto de esta fotografía obtenida después de un día de lluvia de invierno? ¿Cuántas cumbres logras ver?
Luego, mucho más cerca, aparece la Sierra de Ramón, cerrando las cuencas altas de las quebradas de Ramón y de Macul.
Y, más lejos, en las cadenas andinas al sur del río Maipo destacan los cerros:
La Plaza México en 1919. Recién terminada, con vista de la Virgen de espaldas, la que fue instalada en 1908.
Nótese el espacio baldío que ocuparía dos años más tarde el Parque Lautaro.
En la cumbre de la izquierda, destaca la bóveda del observatorio Foster, primera construcción moderna en el cerro (1904).
Decorada con una escultura de niños de pícara mirada, esta fuente de Kulczewski invitaba al visitante a ingresar al Parque Lautaro no solo de noche, sino también a disfrutar de la lectura de los preclaros escritores de Hispanoamérica durante el atardecer.
La escultora María Martner, terminaba en los años 60 la iluminada Fuente del Sol y la Luna, inspirándose también en diseños aztecas, en el centro de lo que pasaría a llamarse la Plaza México.
Área de picnic habilitada en la década del 60, dotada de sitios con mesones y asientos, acceso a agua potable y baños públicos.
Decía Labarca Calvo en la revista En Viaje:
“No quiero olvidar la obra anónima, silenciosa y muy singular de quien laboriosamente formó el llamado Jardín del Ermitaño. Este hombre se alejó de la sociedad, amando las flores, los árboles, el silencio y la meditación, construyó su rústica casita de piedra con sus manos hermoseadas por la oración, laboriosas y febriles, su alma sencilla, generosa y sensitiva creó con cariño el jardín que se mantiene como supremo recuerdo del hombre solitario que se sumergió en la naturaleza, madre universal lo envolvió el cielo con sus noches estelares, mientras buscaba en su interior la solución del secreto problema espiritual. ¿Cuál sería?”
Siempre atentos al nivel de contaminación reinante, sigue esta secuencia de fotos en la dirección contraria a la de los punteros del reloj. ¿Cuántas de las cumbres señaladas puedes ver hoy día?
En primer y segundo plano, abajo, el cordón del San Cristóbal.
Aquí se aprecia que no estamos en un cerro isla, sino en una estribación de Los Andes.
Iniciamos el recorrido visual por la cordillera de la Costa, con las más alejados cumbres y difíciles de ver.
“No es raro encontrar en el San Cristóbal parejas de jóvenes enamorados, que huyen de las miradas aplanadoras del mundo mezquino para buscar un poco de libertad para sus amores, una decoración apropiada para el divagar de la mente y testigos mudos para el jubiloso enlace de sus almas.
Vedlos cómo caminan, paso a paso, como si paladeasen la dicha de marchar juntos, palpitando al unísono, en silencio, para no turbar la interna armonía de sus corazones.
Una ráfaga suave de brisa acaricia los cabellos de ella y susurra a los oídos de él exquisitas frases de amor y esperanza.
Dejadlos. No turbéis su ensueño. Es tan corta la vida y tan rápidos, tan escasos los momentos de verdadera felicidad”.
PACÍFICO MAGAZINE, 1914
En “A pie por Chile”, a fines de los años 20 del siglo pasado, Manuel Rojas nos hacía ver:
“Para muchos, siendo niños, el cerro fue lugar predilecto en las tardes de cimarra, de donde se volvía con tal o cual moretón o con los pantalones rotos.
Siendo jóvenes, fue teatro de sus primeras y fugitivas pasioncillas sentimentales, llenas de juramentos que ya se han olvidado y de caricias que se recuerdan aún.
Siendo hombres, lugar de ejercicio y de descanso del trabajo de la semana que se iba.
Para otros, amantes de la soledad, hombres meditativos, artistas o misántropos, campos de sus paseos solitarios y de sus elaboraciones mentales.”
A mediados de los años 40 dada la escasez de gasolina en tiempos de la segunda guerra mundial, los santiaguinos no pudieron salir fuera de la ciudad, yendo por las mañanas o las tardes a pasear al cerro.
Cuando Alberto Mackenna asumió la Intendencia de Santiago en 1921, hizo suya la idea de crear el Jardín Zoológico Nacional, dada su importante influencia educadora.
Esta gran transformación del cerro, tomaría forma en diciembre de 1925, cuando se terminan de construir las primeras obras de este recinto y se reciben los primeros animales donados por los zoológicos de Mendoza y Buenos Aires.
Juan Medina, el principal recopilador de la historia del cerro, nos cuenta que “llegaron más de setenta animales a la estación Mapocho, en medio de la curiosidad del público, para luego ser trasladados aquí, entre los que destacaban un cebú de la India, un toro ñato argentino, dos boas, un guanaco, varios guacamayos rojos, una pareja de jabalíes del Cáucaso, una vicuña, un papión y unas llamas. También venía un camello a medio esquilar, ya que unas damas de los Andes las emprendieron contra su pelaje, pensando que tenía propiedades curativas para el dolor de muelas”.
La idea formó parte del proyecto transformador impulsado por Alberto Mackenna, nombrado Intendente de Santiago a partir de 1920, por el presidente Arturo Alessandri.
Tras dos licitaciones declaradas desiertas, se asigna al ingeniero italiano Ernesto Bozzo la construcción y explotación por 20 años del ascensor.
Luego se constituyó la Sociedad Anónima Funicular de Santiago, conformada por centenares de socios, en su gran mayoría italianos.
Las obras comenzaron en 1923 y se inauguró oficialmente el 25 de abril de 1925.
La huella que marcó en el cerro pudo ser vista desde toda la ciudad de Santiago.
El funicular Fue declarado Monumento Histórico Nacional en diciembre del 2000.
Su estación, con forma de torreón de leyendas medievales, construido con piedra canteada del mismo cerro, es también obra del arquitecto Luciano Kulczewski.
Era una de sus obras preferidas, ya que le emocionaba ver que los días domingo la familia chilena de clase media y obrera subía el cerro y disfrutaba de la naturaleza, a pie, en bicicleta o, desde ahora, en funicular.
Casona construida en 1927, poco después de inaugurado el funicular, para un influyente político y hombre de negocios, que fue diputado e hizo fortuna como constructor de líneas férreas. Sus dos hijos también se destacaron en la política, llegando a ser uno de ellos candidato presidencial en 1964.
Durante varias décadas, cada día jueves, el comedor de los hermanos Durán fue escenario de largos almuerzos de tertulia, recibiendo a la elite política y social de Chile. La familia continuó viviendo en la casa hasta el año 2001.
Terminando el recorrido, te recuerdo una de las preguntas iniciales de este libro planteadas más de un siglo atrás en una vieja revista:
¿Qué de cosas podría contarnos este taciturno testigo de la historia de Santiago si una conmoción milagrosa despertara sus entrañas de piedra y pudiera expresar en nuestro idioma sus íntimos pensamientos?
Me encantaría escuchar tu respuesta antes de despedirnos.